28 febrero 2009

Ahora que se habla tanto de la cadena perpetua...

Fotografía de Chema Madoz



"Un justo acuerdo"
Bárbara Jacobs

Por diferentes delitos, la condenaron a cadena perpetua más noventa y seis años de estricta prisión.

Como era joven, los primeros cincuenta los pasó viva. Al principio no faltó quien la visitara; en varias ocasiones concedió ser entrevistada, hasta que dejó de ser noticia. Su rutina sólo se vio interrumpida cuando, durante los últimos años y a pesar de que las autoridades la consideraron siempre una mujer sensata, fue confinada al pabellón de psiquiatría. Ahí aprendió cómo entretenerse sin necesidad de leer ni escribir; acaso ni de pensar. Para entonces ya había prescindido del habla, y no tardó en acostumbrarse a la inmovilidad. Al final parecía dominar el arte de no sentir.

Cuando murió la llevaron, en un ataúd sencillo, a una celda iluminada y con bastante ventilación, donde cumplió buena parte de su condena: a lo largo de este período, el celador en turno rara vez olvidó de llevarle flores, aunque marchitas, obedeciendo la orden, transmitida de sexenio en sexenio, de mantenerla aislada, si bien no por completo.

Hace poco, debido a razones de espacio, las autoridades decidieron enterrarla; pero, con el fin de no transgredir la ley y de no conceder a esa reo ningún privilegio, acodaron que el tiempo que le faltaba purgar fuera distribuido entre dos o tres presas desconocidas que todavía tenían muchos años por vivir.

El cuento de la escritora Bárbara Jacobs (México), aparece en la compilación de Clara Obligado, Por favor, sea breve (Páginas de Espuma, Madrid, 2001), nº 11.


Nota: El contenido de esta entrada es una copia exacta de otra publicada el 17 de abril de 2008 en un fantástico blog llamado "Máquina de coser palabras", tristemente desaparecido, razón por la cual me permito reproducir su contenido en lugar de redireccionaros a él, como mandan las normas de etiqueta de internet.



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